notas al margen

A HÉCTOR CISNEROS SALAZAR (1946-1986)
RAMIRO OVIEDO
(artículo) / HÉCTOR CISNEROS RUALES 2 (documental)

ARTÍCULO
YERBABUENA NUNCAMUERE 3
El viento llega tarde pero llega 4

Qué manía ésta de querer resucitar a los poetas, cuando están vivos en sus textos ambulantes. La zancadilla de las conmemoraciones siempre pretenderá romper los círculos, las tumbas, los muros de los cementerios, diciéndonos que nadie puede nada contra el tiempo. Así y siempre, tarde o temprano lo ignorado es conocido, lo desconocido es valorado y lo valorado por pocos es reconocido por todos. Entonces, razón tenía el poeta cuando afirmaba que el viento tarda pero llega. Es que en estos chaquiñanes quiteños el viento de la poesía siempre ha caminado lento., esa amistad que nos permitió compartir la alquimia y el calvario con múltiples disfraces.

Nunca está por demás decir que esa máquina de energía que era Héctor Cisneros no necesita de mi palabra para existir. Lo que yo diga sobra y hasta puede chocar a más de un lector, pues es obsceno hablar de alguien que no nos escucha ni puede respondernos. Si asumo el riesgo, es únicamente en nombre de la amistad con Cisneros, esa amistad que nos permitió compartir la alquimia y el calvario con múltiples disfraces.

Tal vez me equivoco si imagino a los recalcitrantes Pedrados, anti-oficialistas de cepa, más que enrrabietados, pensando que la CCE está robándoles el poeta que les pertenece, como si los poetas pertenecieran a alguien: a los panas-pedrados afortunadamente les quedará la lucidez para no jugar a las viudas compungidas, reclamando no sé qué. Quiero decir que en esta ocasión, la Casa de la Cultura Ecuatoriana, por intermedio de su Presidente y del Comité editorial, están saldando una deuda pendiente desde hace años: recoger, publicar y difundir la obra poética del Poeta de la Calle. Está bien que la CEE rinda homenaje a un artista popular y rompa el “amiguismo” que ha caracterizado la acción de la Casa, convertida en bastión de “alhajitos” y “café en leche”, -escritores que nadan en plata o en ternos de casimir-, o en botín de políticos analfaberos y ratetos, y por esta misma razón, en blanco de muecas y denuestos de la gente que produce arte y cultura sin necesidad de entrar al edificio de las mamparas.

Anuncio con reseña de prensa de uno de los recitales de Héctor Cisneros, Diario HOY, 1985. Cortesía Archivo Héctor CIsneros.

1 RAMIRO OVIEDO. Chambo, Ecuador,1952. Profesor emérito de Literatura latinoamericana en la Universidad del Litoral, Francia. Ha publicado varios compendios de poesía en español y en francés; entre sus últimos títulos citamos: La route du poisson, Éditions Villa-Cisneros, Marsella, 2016; Fauves, éd. Corps-Puce, Amiens, 2017 ; Fuyant l’abattoir, éd. Mémoire vivante, París, 2019. Ramiro Oviedo es co-autor, con Augusto Rodríguez, de la antología bilingüe Séparer le blanc de la lumière, 33 poètes équatoriens du XXe siècle, Quito, 2011, traducida del español ( Ecuador) por Rémy Durand.

2 HÉCTOR CISNEROS RUALES. Quito, 1988. Cineasta y productor. Activista de la cultura Hip Hop desde la plataforma audiovisual SUDAMÉRICA FILMS.

3 Artículo publicado originalmente como prólogo al libro antológico Héctor Cisneros: el poeta de la lleca (Editorial CCE, 2006). Versión revisada por cortesía del autor p ara MEMORIA SONORA DE POESÍA ECUATORIANA.

4 Título de uno de los poemas de Cisneros, en Historias de la Mañana.

Nuezquiunuesninguno

Hay que recordarle al público lector que la Pedrada Zurda, revista-taller cultural popular, publicó a su debido tiempo parte de la obra de Cisneros, miembro fundador del mismo grupo. La Quinta Internacional (1988) es decir el número cinco de la revista le fue enteramente dedicada, en son de homenaje. La Pedrada de los setenta, de los ochenta, con Ricardo Torres, Diego Quito, Fernando Loayza, Fabián Núñez Baquero, Chris Albán, Arístides Vargas, y AIC, taller precursor de La Pedrada, con Carlos Michelena, Jaime Guevara, Bruno Pino, Iván Ney y tantos otros, pero no sólo ellos, sino tanta gente, entre pintores, escritores, comerciantes, vendedores ambulantes y empleados públicos que solían ir a respirar en la Plaza de la Independencia, a recuperarse del martillazo que les daba el sistema, o que por pura casualidad pasaban por ahí cuando el poeta entraba en acción, y sin querer ni haberlo pensado, después de escucharlo salían como de un electrosock, o de una-ida-y-vuelta por la piscina del yavirac, agradecidos y flamantes, porque la palabra de Cisneros no era ni la de un charlatán ni la de un poeta burgués despistado sino la de un brujo, de un chamán, de un logoterapista que, desde el atrio de la catedral o desde los adoquines de San Francisco, en alta voz encajaba una chorrera de chirlazos, una ráfaga verbal, un cuy potente que absorbía las inmundicias de la vida, dejándole a la gente fresca y berraca para no tirar la toalla y seguir la pelea.

Diablo-huma

Diablo revelador, diablo bandido este Héctor Cisneros, logró inventar la diablería de su propia poética en la universidad de las plazas, los mercados, las calles del Quito viejo. No es fortuito que los textos revelen aquella ósmosis inevitable entre el poeta y su espacio, de manera que lo que pasa en el vientre del Quito de las quebradas, pase también en el vientre de la poesía. Consciente de que todo poeta necesita un pueblo para existir, Cisneros re-construye ese espacio mutante, a diferencia de los poetas oficiales que, huérfanos de pueblo, tienen que inventárselo con la palabra. Como Bruno Pino, como Michelena, como Diego Piñeiros o Julio Pico, Héctor es nómada de aquellos barrios, de aquellas plazas, esquinas y cantinas que constituyen la querida querencia, la cálida guarida del lobo irreverente, titán irrefutable, que convirtiéndose en el Poeta de la Calle, prefigura el asesinato de la literatura convencional y de la crítica de salón. Leámoslo:


En un por sí

Que pregunten por mí

En Los golpes

En Las guitarras

O donde los poetas

Que pregunten por mí.


Que averigüen

A todos los vendedores de pan

A los mercachifles

A los betuneros de la Plaza Grande.


Que me busquen

En el barrio de los picapedreros

En La Libertad

En La Avenida

En la esperanza

En el sindicato de los heladeros

En los mercados

En el cementerio.


Que me busquen

Que averigüen

En los golpes

En las guitarras

O donde los poetas

Que pregunten por mí


Texto desnudo de afeites retóricos, pero que con una palabra aparentemente convencional nos remite a un instante trágico que el poeta presagia con ganas de recordarse, queriendo trascender a la muerte mediante estos versos que tienen algo de testamento y que contienen, sobre todo, el rastreo y las consignas sobre su territorio o su zona vital.

Sólo quiero decirte tres palabras

Este libro atípico tendrá un prefacio también atípico, en la medida en que el objeto de estudio obliga a una visión y a una postura nuevas, en divorcio con los amarillentos libros de retórica, de poética o estilística, que esgrime la intelectualidad en casos similares. No obstante, y para no defraudar a los lectores que quieran hallar en este prefacio una brújula, señalaré que este libro-resumen intenta recomponer las diversas fases vividas por el poeta y por su palabra. Un libro que contiene poemarios diferentes: Canchis, Historias de la Mañana, La Macateta, y Las canciones azules y Del lobo un pelo. Libro resumen, como un cajón de sastre, o como esos árboles donde se paran a escampar las golondrinas, los huiragchuros y hasta los cóndores, delineando al paso los tres puntos claves en los que converge la palabra de Cisneros, y que definen al mismo tiempo su poética; tres claves estéticas y sociales que subyacen en esta recopilación que quiere dar cuenta de una estructura global cuyo círculo se cerró abruptamente en mayo de 1986.

Hoja volante de poesía dedicada a Héctor Cisneros, 1986. Cortesía Archivo Héctor Cisneros.

a) La sinceridad narrativa urgente. El poeta se cuenta a sí mismo, narra lo suyo, se confiesa sin pudor, va cosiendo su precariedad frente al mundo y simultáneamente se identifica con la colectividad que se le parece. El yo, con sus intrusiones líricas, sus preguntas y sus declaraciones, se asume sin despersonalizarse, en un contexto espacio-temporal concreto: el Quito viejo, como urbe cambiante y sufriente, en los tiempos de Rodríguez Lara, de Durán Arcentales, León Febres Cordero y la masacre de Alfaro Vive, mientras afuera, el Cono Sur atraviesa la larga noche de las dictaduras, la matanza y la tortura institucionalizadas, el respiro digno y gratificante de la lucha popular en Nicaragua y la expulsión de Somoza. Este croquis autobiográfico ligado al tiempo histórico y cambiante como el ser nómada del poeta, termina construyendo una mezcla de voces líricas según sea el tema: el amor, la precariedad, la vida, la muerte, el combate, la libertad, la solidaridad. La confesión, no obstante, supera lo individual, y siendo urgente, -porque la poesía tiene que ser ya, pero ya, no puede decir “vuelva mañana»-, supera lo intemporal y responde a la tiranía de las circunstancias.

b) La palabra viva. No pudiendo ser neutral en su paso por el mundo, el poeta opta por la palabra viva. El chamán trabaja con la lengua, con la puesta en voz del texto. Entonces, la oralidad es un látigo, una ortiga o una pluma de ángel que debe “zarandear” la vida. Es la poesía en acto. No hecha para leer sino para ser vista y oída, para ser vivida y digerida; se diría que Cisneros quiere así fundar el mito del poema. El concepto de escritura ligado al cuerpo, a los signos del cuerpo, de las manos, de los pies, de la garganta y de los silencios. Es una poesía de gesto que permite a la gente respirar al mismo ritmo que el poeta. Si toda buena palabra hay que decirla de pie y a pulmón limpio, Cisneros es un vendaval, un mago necesario que saca de la boca balas, púas, aguaceros o flores de chuquiragua. Entre las ráfagas, y a un ritmo ritmo nada convencional, su voz nos lleva al centro de todo, desembocamos en la tension emocional que nos “deja ver”; y ver significa, aquí, acceder a la revelacion. El propio poeta se vuelve palabra, signo cargado de una dimensión cósmica

c) La responsabilidad social del texto escrito, la mayor parte mimeografeado, puesto que la academia le cierra las puertas. Reconozcamos que, mal o bien, nuestro mundo es un mundo de libros; pero admitamos también que hay una quebrada entre el libro y el mundo. Las miles de hojitas que distribuye Cisneros al fin de cada recital, en la calle, en los sindicatos, en las escuelas y colegios, cumplen un doble rol: si de una parte simbolizan la comunión ritual del poeta con quienes han escuchado su palabra, de otro lado acentúan la duración, la trascendencia del texto escrito, aunque sea en papel periódico, pero definitivamente diferente a la poesía convencional, que copia el imperialismo de la cultura occidental, y donde la letra, si no es letra muerta es letra de cambio. Entonces no hay contradicción con el punto anterior, sino que se acentúa la diferencia y la especificidad del soporte escrito, uno en comunión y otro en ruptura con el entorno. Así la poesía social está al orden del día. Lo que no significa que tenga que afiliarse a nada ni a buscar el carné de algún partido. Su partido es el pueblo oprimido y sus armas el shungo y la garganta, la cabeza para intentar conjugar ideas estéticas con problemas sociales, tratando de aclarar su posición frente a la palabra y frente a la realidad.

Recordaremos que Cisneros, contrariamente a lo que pueda pensarse, fue el poeta más conocido y leído de Quito, y que con sus innumerables poemas ambulantes combatió dictadores y tiranos, le armó guerra a trucutús y bombas lacrimógenas, batalló contra la muerte y contra la mierda del mundo, sin olvidar el canto al amor a sus hijos, a su mujer, a los niños, a los trabajadores, ni el canto memorial a sus amigos, la mayoría artistas y soñadores que, antes de hora, se dieron de bruces contra la muerte.

En la diversidad y la flexibilidad de la temática, Cisneros no oculta sin embargo -como buen picapedrero zurdo- el martilleo intencional de algunos versos o de algunas ideas, mediante textos que vuelven sobre sí mismos, en sus intentos por explicarse el mundo, tratando de hallarle sentido a algo que no tiene. Es ahí entonces, cuando sintiendo en carne propia la frustración y la vergüenza del mundo que le ha tocado, se ve obligado a ordenar el caos o por lo menos a intentar moderarlo, inicialmente tanteando la palabra, con los titubeos de joven autodidacta, lector de los queridos Césares, a los que por alguna razón llamaba como si fueran sus parientes “el Cesitar”, para referirse indistintamente a Dávila Andrade o a Vallejo.

Los años pasan, el poeta crece y vuelve a los viejos textos, incrusta notas al pie de página, procediendo a la autocrítica y haciendo pasar los textos por el filtro de su propia lectura; entonces cambia partes, retoca versos, añade o recorta, y cada Primero de Mayo, La Casa del Obrero se viste de gala para recibirle, escucharle y aplaudirle. Antiguos mitos reaparecen en cada texto re-elaborado. Por eso, el título de su única publicación “Del lobo un pelo”, tomado de uno de los poemarios aquí recopilados, no puede ser más ilustrativo. La pureza del animal se vuelve legible en un solo cromosoma. Un verso basta, como el ADN del poeta joven, trabajador y padre de familia lleno de guaguas, camellando duro, chupando duro, viviendo duro y dándose tiempo para no faltar nunca a la cita ritual con la gente de la calle.

YOTEAVISO

Nota póstuma en DIARIO HOY, 1985. Cortesía Archivo Héctor Cisneros.

Algunas advertencias se imponen, a mi entender, para evitar que ciertos lectores pierdan su tiempo pidiéndole peras al olmo: los sabuesos de la metafísica, por ejemplo, corren el riesgo de quedar desilusionados. En cambio, quienes quieran entender la sociología y la lengua del Poeta de la Calle, podrán hallar aquí vasta materia para la investigación sociolingüística. Ojalá algún joven lector universitario…

El lector que pretenda hallar en este libro la puerta para entrar en meditaciones trascendentales, quedará decepcionado. Cabe recordarle que la poesía de la calle (“poesía popular”) es de acá nomás, del planeta tierra, y no se parece en nada al costo de la vida, que, como la poesía de algunos poetas mayores, anda muchas veces por las nubes. La dosis autobiográfica, la experiencia de la cárcel o del hambre cotidiana, aunque rocen el escepticismo y la rabia nihilista, son ante todo verdades puestas en escena con el aliento dramático de la calle, no de la Facultad de Filosofía; así como en la configuración narrativa de sus poemas vemos al hombre, al lobo puro, atravesando la ruta anecdótica de golpes y guitarras, de cantinas azules llenas de criaturas tristes.

Igual riesgo correrá quien pretenda hallar en este prólogo los polvitos de Mama Celestina, los de doña Concha de su Madre, o los de doña Erudita Traviesa. Para polvos, basta con los de nuestros “honorables”, los de nuestros gobernantes de pacotilla y los de nuestros Altos Poetas, tan alejados de la poesía de primera necesidad que es la que el chirle pueblo consume. Chirle pueblo que si no puede poner los puntos sobre las íes, tampoco podrá poner las tildes donde el Héctor no las puso; ese pueblo que de tanto camellar no puede ir a la escuela para saber cuándo se pone la “b”de burro o la “v” de venceremos y que ignora la diferencia entre votar presidentes y botar presidentes.

El rápido tránsito de Cisneros por los barrios quiteños y por la literatura tiene algo del rumor amenazante de las volaterías de las fiestas populares, con diablos, vacas locas y payasos danzantes al ritmo de una banda de pueblo, y por fugaz que parezca, deja la estela duradera de su sinceridad, y el mito o la leyenda del Poeta de la Calle, simple y llanamente incomparable. Cometeríamos un desacierto y un acto de mal gusto al ponerle en la misma estantería donde estén Gangotena, Escudero, Hugo Mayo, Jorge Carrera Andrade o César Dávila. Sus poemas pueden avecindarse más fácilmente con los textos populares de Norgreví Matalla Golú, Raúl Arias, Rafael Larrea, Euler Granda; y en el tono hasta hallarían afinidad con ciertos textos de Fernando Artieda, pero sobre todo, con el toque y el color de algunos los textos de la Pedrada Zurda.

Siendo una poesía de vendaval, hija de La Chorrera, de las canteras de La Libertad, ésta no resiste encasillamientos ni prisiones retóricas: su aliento será de arenga, de panfleto que busca la oreja, que se dirige a la mayoría, defendiendo el ideal colectivo. Algo subyace, entonces, por pura intuición poética que late al mismo ritmo, de la poesía social de Blas de Otero, de Celaya, de Miguel Hernández y de Roque Dalton, sin el vuelo ni la profundidad de los primeros, y sin el humor corrosivo del último; en la poesía social de Cisneros late en cambio cierto pesimismo, un tono trágico-fatalista que hace contrapunto con el grito vigoroso y esperanzado. En este ring de la lengua y de la realidad el poeta parece estar en su papayal, luchando por lo que cree, con un tono desgarrador, visceral, quejumbroso, reclamando a gritos la alegría, el pan para todos o denunciando el dolor en tono de crónica, del que cuenta, del que canta la revolución, del que canta a las ciudades por las que cruza de golpe y a golpes. Fajador peso gallo, cerca de la solidaridad, a distancia del esoterismo, más cerca del aguacero y de las mordeduras del perro y sus remedios, Cisneros dejará huella en las nuevas generaciones e incitará nuevas vocaciones, por amarga que parezca la ruta. Fiel a su origen y a sí mismo, con sus poemas insólitos, vigorosos y alevosamente quiteños, El poeta de la Calle brilla con luz propia en la Pedrada y en todo el panorama de la literatura popular ecuatoriana.

Saludemos, pues, por Héctor, por su familia, por sus amigos y por los obreros que creyeron en su palabra, este esfuerzo editorial que recoge y publica por primera vez la obra completa -verdadero acto de malabarismo vital- de un poeta surgido en las entrañas mismas del pueblo y que nunca perdió de vista ni su sombra ni la sombra de sus hermanos.

Anexo aquí, como colofón, el poema que escribí después de dejarlo en San Diego.


LOBOGRAFIA

El poeta que nos había enseñado la Palabra Neta

En un país de policías y de mercenarios

Tuvo también su eclipse

Y su entierro fue la mejor de todas las victorias


Era de carne y hueso el poeta de la calle

Escupía pájaros, goteras

A veces eructaba gallinazos

Que vendía después en hojas fotocopiadas


Era un rayo luminoso

En la óptica pervertida de los espejos de Quito

A veces uno se preguntaba

Cuánto tiempo iba a tardar en atravesar la elipsis

Esa elipsis degenerada de la plaza borracha

Antes de rompernos la cara con poemas de ripio


Una noche

Llegó la poesía disfrazada de jugador con los dados trucados

Y el poeta de la calle se volatilizó


El era de los nuestros

El lobo nocturno del poema era

Los compañeros lo hallamos en la morgue

Con un chuchaqui angora metido en todo el cuerpo


Al salir de la iglesia llena de arriba abajo

En vez de colocarlo en la carroza fúnebre

Una turba de hombres y mujeres del pueblo

Lo cargaron en hombros como a un torero muerto


Eran las cinco en punto, Quito llovía a cántaros

A botellazo puro caía el aguacero

Las cantinas cerraron

Los artesanos y vendedores del mercado

Los lustrabotas que no habían lustrado nada

Durante todo el día

Los heladeros que no habían vendido nada

Por la lluvia

El afilador de cuchillos que no había tenido

Ni un pobre cuchillito para afilar

La señora Soraya

La vidente del barrio que no había visto nada de nada

El vendedor de lotería y de la ruleta de la suerte

Todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo

Para fundirse al trote no lejos del cortejo

Gritando como en coro ¡Viva nuestro poeta!

¡El poeta de la calle!

¡La valiente puta!


Nunca jamás se vio tal reconocimiento.

Las cantinas cerraron. El nicho estaba abierto.

Alguien apareció blandiendo una PZ

Y desde la última grada de una vieja escalera

En medio de una lluvia de esas en blanco y negro

-o a lo mucho en un sepia

De esos que hay por San Diego-

Resonó por las tumbas un texto callejero.


DOCUMENTAL
EL POETA DE LAS LLECAS (2012)*

En las décadas de los años 1970/1980 en Quito, poetas actores y músicos recitaban su poesía en los parques y plazas del centro histórico; mezclándose entre faquires, comerciantes, adivinos y curanderos. Los poetas: Héctor Cisneros Salazar (el poeta de las llecas), Bruno Pino (umakantao), Diego Piñeiros (tamuka) entre otros, difundían su literatura mas allá de los círculos artísticos oficiales, sus muertes prematuras y violentas dejan este legado de poesía trunca en nuestro país.

Dirección: Héctor Cisneros Ruales / AD: Héctor Cisneros Sánchez

Dirección Artística: Héctor Cisneros Sánchez / Producción: Lourdes Ruales

Diseño de Producción: Héctor Cisneros Ruales & Héctor Cisneros Sánchez

Guion: Héctor Cisneros Sánchez

Música: SUDAMERICA FILMS / SUDAMERICA TEAM

Sonido: SUDAMERICA FILMS / SUDAMERICA TEAM

Maquillaje y vestuario: Taller Perros Calle…jeros

Dirección de Fotografía y montaje: SUDAMERICA FILMS / SUDAMERICA TEAM

Protagonistas:Francisco Cisneros (Héctor Cisneros Salazar / El poeta de las Calles)

Carlos Gonzaga (Bruno Pino), Carlos Marcillo (Diego Piñeiros / TAMUCA)

Jaime Guevara, Ivan Pino, Wilson Pico, Diego Caicedo, Susana Reyes, Arístides Vargas

Cris Alban, Mario Siseron, Marco Antonio Rodríguez, Lucas Polo León

Santusa Oberhausen, Raúl Pérez Torres, Margarita Sánchez López

País: Ecuador / Año: 2012 / Documental

Duración: 33m / Formato original: HD

Productora: Exalte – SUDAMERICA FILMS

*Publicado por cortesía de SUDAMÉRICA FILMS y TALLER PERROS CALLE…JEROS.