notas al margen

«¿Es un imperio esa luz que se apaga o una luciérnaga?»

Jorge Luis Borges

MALENA BEDOYA HIDALGO 1

El archivo y la potencia del flujo

Fotografía de teléfono celular, 2019. Archivo personal.

Caminaba por la ciudad un día sábado. En una esquina de mi barrio una señora salía de una tienda y se apresuraba a guardar en su maleta varios cuadernos con anotaciones de sus actividades comerciales. Ella terminaba de escribir unos números en uno de ellos y lo cerraba con premura. Era una colección de como veinte o más libros pequeños. La miré intentando descubrir más de los materiales que llevaba en aquella pequeña valija, sin embargo, me observó con una suerte de molestia, como quien vela por sus pertenencias. Pasé de largo, no sin preguntarme, sobre los objetos que nos acompañan a diario y sobre cómo elaboramos nuestra vida con y a través de ellos, entre números y anotaciones, fotografías y papeles, que hacen que nuestras acciones cobren un sentido para el presente: registros digitales, registros manuales, registros objetuales; incontables prácticas a través de las cuales intentamos organizar nuestra leve existencia en este mundo, aventajándole espacios a la muerte.

Somos archiveros sin saberlo. Existe una especie de amateurismo que anida en nuestras acciones. En cada trayectoria de nuestra vida las cosas van y vienen. Las fotos suceden, los videos graban la vida, la cámara los almacena, los recuerdos aparecen y se diseminan por miles de lugares, así como en distancias impensables. Tenemos mensajes que permanecen y otros que se borran. También realizamos limpiezas o expurgos -para hablarlo desde un lenguaje de la techné archivística– y botamos recuerdos, cosas, memorias. Cerramos y sellamos olvidos. Nos organizamos y desorganizamos en la vida de distintas formas. Todas estas prácticas pertenecen no solo a nuestro universo privado, sino también público, allí donde ambas instancias conviven como hilos de distintos colores de un mismo telar.

Parroquia Limones, provincia de Esmeraldas, c.1972. AHMCP*

Archivar es un verbo cargado de distintos sentidos, aunque no lo pareciera. De las acepciones contemporáneas que he encontrado, llama la atención aquella que diferencia entre “guardar documentos” y la de “dar por terminado” algo: queda archivado. Quizá, esta última, es la que me lleva a pensar que aquello que se archiva está finiquitado. Este término de una acción terminada en el tiempo es quizá mi mayor sospecha sobre lo que se archiva como un universo estático, porque sin duda, los archivos son los lugares de la continua oportunidad del azar, del movimiento detonante. Las cadenas de documentos de distinta índole, sean digitales o materiales, son espacios que se mueven en un flujo eterno de memorias, aquellas pueden iluminar levemente nuestros espacios oscuros como luciérnagas.

Pensé en ese devenir de los significados de archivar y consulté en el conocido Diccionario de Autoridades de 1726. En aquellos años del siglo XVIII, el archivar se refería a poner en “pública custodia y en seguridad los instrumentos y papeles públicos”, en este sentido, el archivo más que solo “guardar” suponía “cuidar” y custodiar dichas cosas consideradas como públicas. Esa distancia temporal de este sentido de archivo como cuidado y seguridad es, quizá, heredero de aquellos signos anclados al archivo como el registro necesario de los procesos coloniales, al arché como un principio de un control y administración. En este caso, el archivo da cuenta de las acciones públicas de aquel periodo monárquico, de las colonias y la colonización, de la ley, la justicia y del rey como principio.

Siempre me he preguntado, entonces, por los archivos del pueblo llano en aquella época, o de cómo, ese “abajo” no había dejado rastros más allá de los papeles oficiales de los periodos de colonización. Esos documentos cuidados y cuidadosos sobre lo que se consideraba público eran performances del ejercicio del poder, entonces, quedan preguntas abiertas que tienen que ver con cómo nos acercamos a estos documentos, cómo los leemos, qué preguntas les hacemos y cuáles dejamos por fuera. Ardua tarea para escuchar esas voces de la historia.

1 Historiadora, profesora universitaria y curadora independiente. PhD por la Universidad de Barcelona del Programa de Sociedad y Cultura, en la línea de investigación de Historia de América Latina. Magíster en Estudios Latinoamericanos, en la UASB-Ecuador. Profesora en varios programas de postgrado en las áreas de curaduría, historia, gestión cultural, museología y patrimonio cultural. Ha participado en importantes proyectos curatoriales como, Umbrales del arte en el Ecuador; Espíritu de Red: intelectuales, museos y colecciones, 1850-1930, entre otros. Ha publicado sus investigaciones en varios capítulos de libros, revistas académicas a nivel internacional, así como en catálogos especializados. Miembro de la Federación Internacional de Historia Pública; del Instituto Panamericano de Geografía e Historia; así como de Archiveros sin Fronteras-Ecuador. Es fundadora y miembro del colectivo interdisciplinar l a-scolaris.org.


* Archivo Histórico del Ministerio de Cultura y Patrimonio del Ecuador.

Incendio del Museo de la Universidad Central, Foto Pazmiño, Quito, 1929. AHMCP*

Los documentos tienen un lugar de residencia, tienen un lugar de anclaje; en sí mismos, están condensando el sentido de la política y lo político. La política porque se determina un lugar, un discurso, una representación, un fragmento, un corte, una sensibilidad dentro de las múltiples memorias que compila el archivo. Es un orden del recuerdo y, como tal, abona el terreno en donde se pueden vislumbrar las ideologías, los usos y abusos del pasado, los proyectos políticos, la misma ciencia y la disciplina. Está también la dimensión de lo político, porque en este vínculo que establecemos con/desde/para el archivo podemos existir en un presente. Estas interrelaciones, que menciono, pueden ser de distinta índole, allí donde se afinca el conflicto, la resistencia, el abandono, el descuido, la destrucción, la creación y el reconocimiento. Estas señales nos permiten develar nuestra misma relación con los múltiples pasados y sus huellas.

Por todo ello, cuando pienso en el archivo como una institución, estoy más atenta a su devenir como proceso, es decir, a las maneras en las cuales las personas de carne y hueso han decidido y construido ciertos acervos, cómo los han cuidado, cómo les han dado vida a ciertas historias, cómo han negado otras, o simplemente cómo los han dejado en el abandono y el descuido a algunos de los conjuntos documentales más relevantes de este país desde donde escribo.

Ratrato, fotógrafo: Augusto Till, Guayaquil, c.1920. AHMCP*

En muchos casos, me he encontrado archivos sin asidero físico real -léase embodegados y en riesgo- así como, la constante pervivencia de una continua política del desgano que convive, paradójicamente, con el actual interés global por lo que llamamos “sociedad de la información” y la importancia de los archivos en la misma. Los gobiernos invierten muchísimo en los proyectos archivísticos, valdría la pena saber ¿cuánto invertimos en ello en este país? Pensar en un horizonte institucional que trabaje más sobre la realidad, y menos sobre el papel, más sobre la materialidad del acervo en sus múltiples dimensiones y menos sobre el discurso, implicaría darle forma a lo mínimo posible en la gestión de archivos, por ejemplo, en nuestro caso, a la misma promoción de una Fonoteca Nacional.

Creo necesario reconocer, en este devenir archivístico, la potencia de las acciones de individuos y/o colectivos por reconocer el pasado y sus huellas como un lugar de resistencia al olvido, del recuerdo y la dignidad. El archivo, se convierte así, en el espacio de continuas disputas simbólicas y de reconocimiento, así como también, el de la eterna plataforma en la que construimos utopías, si es que aún podemos permitirnos proyectarnos en ellas, como anhelo, en tiempos pandémicos. Desde esta sensibilidad particular, no puedo más que celebrar esta poesía sonora como una memoria del país expandida, filtrada por las múltiples vidas de lo digital y la existencia de vivencias poéticas compartidas. Ojalá, en esta utopía que va tomando vida en el presente, este proyecto siga circulando como una pieza clave de futuros posibles que aglutinen y reflexionen sobre nuestras complejidades y diversidades contemporáneas.

Memoria Sonora de Poesía Ecuatoriana, Quito, 2003 – 2004.

En estas últimas reflexiones, me aventuraría a decir que, el espacio archivístico permite que nos observemos de cerca e intentemos hurgar en nuestra legítima capacidad para construir recuerdos en común, para entendernos en estas permanencias y en nuestras continuas formas de relacionarnos. Para que estos vínculos tengan asideros donde podamos recrearnos y conflictuarnos constantemente en el continuum del tiempo y en la encrucijada del pasado-presente-futuro. Entonces, hablaría más de tiempos mixtos o tiempos múltiples. de tiempos manchados, de tiempos ilegítimos o de tiempos cíclicos. Todos ellos pueden convivir en el archivo posibilitándonos una lectura menos única y lineal de nuestra historia.

En fin, creo que es necesario reconocer en los archivos la posibilidad del afecto, allí donde deambulan las múltiples subjetividades y emociones guardadas, donde habitan los muertos y sus memorias. Creo que es vital devolverle al archivo una humanidad más contradictoria, compleja, experiencial, vivencial, menos hagiográfica y moralista en su deseo de darnos lecciones de vida y solo construirnos como sujetos e individuos. Así, los archivos pueden crearse y decretarse como existentes acorde a sus contingencias del presente o lo que vamos construyendo como necesidades utópicas desde nuestros lugares en el ahora.